¿Quién es Zohran Mamdani?

Una vez consumado el paso de promesa electoral a realidad política, quizás es mejor preguntarse ahora qué puede representar la victoria de Mamdani para el futuro de un renqueante Partido Demócrata.
Aunque todos en Nueva York sabían que la carrera política del alcalde Eric Adams estaba acabada, pocos podían imaginar en enero de 2025 que su sucesor sería un chico de 34 años que parecía incapaz por aquel entonces de superar el 1% del voto. Sin embargo, cualquiera que conozca cómo funcionan las elecciones primarias en un país donde siempre hay espacio para la sorpresa sabrá que la improbable victoria del caballo perdedor es allí casi un lugar común. Recuerdo perfectamente lo que ocurrió en las primarias de 2013. En aquella ocasión un desconocido Bill de Blasio se hizo con la candidatura demócrata a la alcaldía ante la incredulidad de todos y el entusiasmo de muchos mientras el resto de los favoritos (Christine Quinn, Anthony Weiner, Bill Thompson) de despeñaban por el desfiladero de la impopularidad, la corrupción o la falta de carisma. Cuando un anciano de 74 años anunció que le plantaría cara a una ex primera dama cuya candidatura había sido ungida por el mismísimo Barack Obama, ¿alguien sabía quién demonios era Bernie Sanders? Tampoco sabía nadie (créanme: yo estaba allí) quién era Alexandria Ocasio-Cortez cuando ésta derrotó a Joe Crowley en las primarias demócratas de 2017. Cuento todo esto porque para mí existe una línea común entre Sanders, Ocasio-Cortez y Mamdani: la de los candidatos que, sin pertenecer a las estructuras del partido, consiguen imponerse en unas primarias gracias a las debilidades de las candidaturas percibidas como oficiales. ¿Podemos decir con rotundidad que nadie daba un duro por Mamdani? No estoy tan seguro.
Zohran Kwame Mamdani (Kampala, 1991) es hijo del politólogo Mahmood Mamdani y de la cineasta Mira Nair. Nacido en Uganda y tras un breve paso por Sudáfrica, Mamdani se trasladó a Nueva York a los siete años después de que su padre consiguiera una plaza como profesor en la Universidad de Columbia. No era la primera vez que un miembro de la familia pisaba territorio estadounidense: su madre había estudiado en Harvard, donde se graduó en 1979, y residió en el país de manera intermitente hasta 1989. Ya en Nueva York, Mamdani cursó la educación primaria en la Bank Street School for Children, un colegio privado de ideología progresista, y la secundaria en la Bronx High School of Science, institución pública que sin embargo cuenta con su propio sistema de admisiones. El dato es importante porque en Estados Unidos el tortuoso camino para acceder a una universidad de cierto prestigio toma la forma de un delirante concurso de méritos que arranca a una edad insultantemente temprana. La trayectoria académica del Mamdani adolescente demuestra dos cosas: que tiene un cierto talento para los estudios y que ese talento se desarrolla en un ecosistema familiar que reconoce el valor de la excelencia. A falta de una etiqueta mejor, los Mamdani pertenecen a lo que algunos en España identifican despectivamente con la izquierda caviar, o radical chic en Estados Unidos. En 2010, y tras ser rechazado en Columbia, Mamdami acaba en Bowdoin College, una pequeña universidad liberal de Maine, donde se gradúa de Estudios Africanos con una tesis sobre Frantz Fanon y Rousseau. Hasta aquí los datos estrictamente biográficos. Tratemos de averiguar ahora quién es Zohran Mamdani políticamente.
En una entrevista con David Remnick, preguntado por el inicio real de su compromiso político, Mamdani cuenta una anécdota curiosa. Recién salido de la universidad y con nula experiencia profesional a sus espaldas, Zohran descubre que puede ganarse la vida trabajando como voluntario para diferentes organizaciones políticas de izquierdas. Finalmente acaba en moveon.org con el convencimiento de haber encontrado su sitio, pero tras descubrir que las condiciones laborales eran más que precarias, él y sus compañeros deciden montar un sindicato, algo que la organización no termina de encajar con deportividad. Poco después uno de sus compañeros es despedido. A partir de aquí nace un desencanto con una manera de entender la política que podríamos resumir de la siguiente manera: hay una parte (una parte importante, no un sector menor) del Partido Demócrata que es claramente incapaz de predicar con el ejemplo. No sorprende por lo tanto que Mamdani acabase engrosando las filas de los Socialistas Democráticos de América. En la misma entrevista, al ser preguntado sobre cuál es la diferencia entre ser un socialista democrático o un miembro más o menos progresista del Partido Demócrata, Mamdani dice lo siguiente: “La diferencia consiste en saber hasta qué punto estás dispuesto a luchar por esas ideas. Hay mucha gente en mi partido que considera que el derecho a una vivienda digna es un derecho fundamental y después en la práctica vemos que esa idea queda relegada a convertirse en un eslogan”. Creo que esta frase resume claramente quién es ideológicamente Zohran Mamdani, hasta qué punto está dispuesto a comprometerse con la ejecución de su agenda política y qué puede representar su victoria en el contexto del futuro inmediato del Partido Demócrata.
Atribuir la victoria de Mamdani a su dominio de las redes sociales constituye un ejercicio de cinismo político poco sutil. Es fácil encontrar ahí a quienes creen que basta con repetir una fórmula para ganar unas elecciones. Pensar que su éxito se debe más a su carisma personal que a su capacidad para articular un mensaje conectado con los problemas reales de sus conciudadanos es una forma burda de infantilizar al electorado. Nadie gana nada desplazando el foco del contenido al continente, como mucho retrasar un debate que el Partido Demócrata va a tener que afrontar más tarde o más temprano. Porque la victoria de Mamdani demuestra varias cosas. La primera, que no necesitas el apoyo del liderazgo del partido para hacerte con la alcaldía de la ciudad más importante del país. La segunda, que existe una creciente desconexión entre la agenda política del establishment demócrata y la base electoral del partido. La tercera, que no se trata única y exclusivamente de resolver el relevo generacional —Bernie Sanders tiene 85 años y Ritchie Torres 38, y ambos se encuentran en rincones ideológicamente opuestos dentro de la misma organización—, sino de articular un programa común que sea capaz de responder a las urgencias de un electorado cada vez más receptivo a los discursos de la extrema derecha ante la desesperante falta de resultados de las administraciones progresistas.
Hablábamos antes del cinismo y no es casualidad que uno de los ejes centrales del debate sucesorio al que nos acabamos de referir esté siendo la batalla entre idealistas y pragmáticos (pido disculpas por la simplificación). El autor Jean-Philippe Kindler arranca su libro “A la mierda la autoestima, dadme lucha de clases” con la siguiente frase: “Cuando alguien reivindica políticamente el derecho a una buena vida para todos, en seguida se le ridiculiza por utópico. […] Difamar —desde posiciones conservadoras— la política de la buena vida como ingenua hasta la estupidez haciendo referencia a una realidad que es, en última instancia, muy compleja, está dando sus frutos: a la izquierda se le da muy bien decir lo que le parece mal y apenas se atreve a hablar de lo que le parece bien, aquello por lo que lucha y por lo que quiere luchar”. ¿Por qué lucha Zorhan Mamdani? El programa es muy sencillo y se puede resumir más o menos de la siguiente manera: una moratoria en la subida del precio de los alquileres, aumentar el parque de vivienda pública, subida del salario mínimo, un servicio de guarderías universal y gratuito, aumento del impuesto de sociedades para financiar la educación, transporte público gratis y supermercados de titularidad pública que ofrezcan artículos de primera necesidad a un precio regulado. Regresemos un momento a la entrevista inicial. Preguntado sobre la viabilidad de todo lo anterior, Mamdani respondió con una moderada indignación: “Si no creyese que todo esto es posible, ¿por qué demonios iba a presentarme a unas elecciones? El problema es que hoy en día muchos nos acusan de utilizar la palabra esperanza como si al hacerlo estuviésemos cometiendo un crimen”. Es evidente que el paternalismo con el que Remnick le lanzó la pregunta justifica de alguna forma la grandilocuencia de la respuesta, pero también hay que ver allí una realidad cada vez más evidente: que hay una nueva generación de demócratas cansados de que se les exija contemporizar con realidades que poco tienen que ver con los intereses de su base electoral. Ahora que Mamdani es el alcalde tendrá que enfrentarse al reto más difícil: trabajar para que esas promesas se materialicen. Porque recordemos que el idealismo, si no va acompañado de resultados, no es más que pura gestualidad.
¿Qué es exactamente lo que tenemos delante? Que nadie piense que la victoria de Zohran, aunque inesperada, ha sido aplastante. Nada más lejos de la verdad. Pensemos en los márgenes que Mamdani sacó a Cuomo en las primarias (12%) y en las municipales (9%). No podemos hablar en ningún caso de una victoria holgada, sobre todo teniendo en cuenta que Andrew Cuomo es en estos momentos una de las personas más odiadas de Nueva York y por lo tanto lo mejor que le ha podido pasar a la candidatura de Mamdani en términos probabilísticos. Lo que anticipa su victoria es una lucha feroz entre el liderazgo actual del partido y una nueva generación de políticos que han entendido que son precisamente las alianzas tradicionales del establishment demócrata lo que explican en parte su progresiva pérdida de apoyo electoral. Escribo esto durante la tercera semana de noviembre. El día 5 los medios progresistas estadounidenses amanecieron anunciando a bombo y platillo la resurrección del Partido Demócrata ante los buenos resultados obtenidos en las elecciones del día anterior, ignorando en muchos casos que los candidatos ganadores eran en su mayoría políticos con un perfil claramente centrista. Solo una semana después, el país ponía fin al cierre de la administración federal después de que 10 senadores demócratas votasen en contra de la posición oficial de su propio partido. Nadie cree que en estas condiciones el portavoz de la oposición en el Senado, Chuck Schumer, pueda mantener el cargo tras las legislativas del año que viene, con independencia de cuál sea el resultado. ¿Virará el Partido Demócrata a la izquierda? Honestamente, no parece que estén por la labor, y eso se debe en parte a que su electorado no deja de enviar señales contradictorias. En Nueva York gana un joven musulmán de 34 años que pertenece a los Socialistas Democráticos de América, mientras que en Virginia lo hace una ex agente de la CIA con una dilatada carrera política. Ahí están las dos almas del partido, ahí la lucha entre idealistas y pragmáticos a la que nos referíamos con anterioridad. ¿Qué pasará? ¿Quién ganará? Es difícil saberlo, pero yo me atrevería a hacer una predicción: más allá de las diferencias ideológicas, parece que el electorado está cada vez más interesado en dar su voto no a quienes muestren una cierta empatía por sus problemas, sino a quienes exhiban una determinación creíble a la hora de ofrecer resultados. Hay una expresión inglesa que podría ser un buen epitafio para el actual liderazgo del Partido Demócrata: I’ll do my best, es decir, lo haré lo mejor que pueda. Ese ha sido el mantra de los progresistas a la hora de responder a las necesidades económicas de su electorado durante la última década. La buena voluntad ya no es suficiente. El mensaje de los votantes en Nueva York es claro: necesitamos propuestas audaces y eficaces y gente dispuesta a poner en riesgo su propio futuro político para llevarlas a cabo. Eso es lo que para mí representa el triunfo de Zohran Mamdani.
